jueves, 21 de diciembre de 2006

Los doctores de La Escuelita

DETIENEN A UN MEDICO DEL CUERPO V EN BAHIA BLANCA
Por Diego Martínez

Por disposición de la Justicia federal de Bahía Blanca fue detenido el capitán (R) Humberto Luis Fortunato Adalberti, médico del Cuerpo V de Ejército durante la última dictadura militar. El juez Alcindo Alvarez Canale le imputó “haber formado parte del plan criminal –clandestino e ilegal– implementado para secuestrar, torturar, asesinar y producir la desaparición de personas, utilizando la estructura orgánica de las Fuerzas Armadas” y lo sindicó como partícipe necesario en el delito de tormentos reiterados. En su declaración indagatoria el militar negó haber asistido al centro clandestino La Escuelita. Con las manos esposadas cubiertas por un saco fue trasladado a una seccional de la Policía Federal, donde acompañará al ex suboficial Santiago Cruciani, primer procesado con prisión preventiva por delitos de lesa humanidad cometidos en Bahía Blanca.

Adalberti era jefe del pabellón de oficiales del Hospital Militar. En 1987 dijo desconocer la existencia de La Escuelita. El año pasado admitió que “todos sabíamos lo que pasaba”. Durante el Juicio por la Verdad negó haber concurrido al centro de exterminio, tarea que adjudicó “por ser oficiales superiores” al director del hospital, el fallecido coronel Raúl Eduardo Mariné, y al subdirector, mayor Jorge Guillermo Streich, identificado por sobrevivientes como uno de los médicos que los revisaba tras las sesiones de torturas, impune en un geriátrico de San Martín de los Andes.

La denuncia más sólida contra Adalberti pertenece al ex oficial de reserva Alberto Taranto, que lo acusó de concurrir a La Escuelita “en ausencia” del mayor Streich. Por su parte, el teniente coronel Julián Oscar Corres –administrador de la picana, apodado Laucha– recordó “la concurrencia de dos médicos, capitanes”, de quienes ignoraba sus apellidos. Streich y Adalberti eran capitanes.

Streich reconoció que concurría “al LRD” (lugar de reunión de detenidos en la jerga castrense), dijo que no vio cadáveres ni torturados y sólo iba “por algún resfrío, gripe o diarrea”. No le pareció clandestino “porque me llevó el director por una ruta pública” y supo de la existencia de desaparecidos “por los diarios”. Cuando le preguntaron quién lo reemplazaba, aclaró: “Eramos cinco médicos, podía ser cualquier otro”, y nombró a Mariné, Garimaldi y Adalberti.

En su declaración en el 2000, Adalberti aclaró que “no les pregunto [a los pacientes] si están detenidos en forma legal o ilegal”. Después del golpe “empezaron a aparecer caras que a uno le llamaba la atención que pudieran pertenecer a las Fuerzas Armadas; uno se enteraba todos los días de gente que moría en enfrentamientos, que desaparecía”, admitió que “sospechaba” que los tiroteos eran fraguados, pero “era mejor no saber nada”.

Por La Escuelita pasaron al menos dos mujeres embarazadas. Graciela Izurieta fue vista por última vez en diciembre de 1976, en su quinto mes de embarazo. Graciela Romero de Metz dio a luz un varón el 17 de abril de 1977, “sin asistencia médica”, según su compañera de cautiverio Alicia Partnoy. Ambas continúan desaparecidas. Las principales funciones de los médicos militares eran regular la resistencia de los secuestrados en la mesa de torturas y aplicarles colirio en los ojos por las irritaciones que producían las vendas.

sábado, 25 de noviembre de 2006

Un avance en Bahía Blanca

PROCESARON AL REPRESOR SANTIAGO “El TIO” CRUCIANI
Por Diego Martínez

Luego de negarse a declarar en cinco oportunidades y previa denuncia por retardo de justicia del fiscal general Hugo Cañón, el juez federal Alcindo Alvarez Canale procesó y le dictó prisión preventiva al suboficial de inteligencia (R) Santiago Cruciani, alias “Tío” o “Mario Mancini”, principal interrogador al pie de la mesa de torturas del centro clandestino La Escuelita dependiente del V Cuerpo de Ejército. El juez lo consideró partícipe necesario en al menos 38 delitos de lesa humanidad, incluidas tres desapariciones forzadas, diez homicidios agravados por alevosía, trece secuestros seguidos de torturas, y fijó su responsabilidad civil en 7,5 millones de pesos.

Cruciani vivió en Mendoza hasta que lo escrachó la agrupación H.I.J.O.S. Se escondió en San Juan y luego en Mar del Plata, donde fue detenido el 10 de julio. Durante cuatro meses estuvo alojado en una confortable oficina de la Policía Federal. En agosto, el juez rechazó un pedido de arresto domiciliario planteado por la esposa del represor, Yolanda Ester Pozzi, una ex agente del Servicio de Inteligencia del Ejército que en el año 2000, cuando la Cámara Federal bahiense ordenó detener a su marido por negarse a declarar en el Juicio por la Verdad, denunció al tribunal por “privación ilegal de la libertad y torturas” (sic).

A principios de octubre, los fiscales Cañón y Antonio Castaño solicitaron su procesamiento por segunda vez, pero el juez se tomó un mes y medio más para resolver. Ayer a primera hora apeló la resolución el flamante defensor de Cruciani, teniente coronel auditor (R) Mauricio Daniel Gutiérrez, un abogado que durante la dictadura prestó servicios en el departamento jurídico del V Cuerpo, que se ufana ante sus íntimos de haber estado “un par de veces” en La Escuelita y que en los ’90 estuvo procesado por falsedad ideológica de documento público y encubrimiento del asesinato del soldado Omar Carrasco, causa prescripta en el 2005.

Cruciani, de 71 años, es el primer militar procesado en Bahía Blanca desde la declaración de inconstitucionalidad de las leyes de impunidad y será trasladado en los próximos días al penal de Marcos Paz. En tanto continúa sin juez la causa por los secuestros, torturas y desapariciones cometidos por la Armada en el centro clandestino que funcionó en Baterías, base de Infantería de Marina. Tras las excusaciones de Alvarez Canale y Ramón Dardanelli Alsina, la Cámara Federal declaró nula la designación del juez ad hoc Francisco Gros (designado a dedo por Alvarez Canale), y ya se excusaron cuatro abogados elegidos por sorteo.

domingo, 15 de octubre de 2006

El casino Punto y Banca busca un nuevo gerente

El ex comisario Julio César Garachico, cara visible del casino de Puerto Madryn durante más de una década, se esfumó de la ciudad cuando trascendió que Jorge López lo incluyó entre los torturadores al servicio de Etchecolatz.

Por Diego Martínez

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Julio César Garachico fue señalado por Julio López como integrante de la patota de Etchecolatz.

Hasta el domingo pasado fue un hombre exitoso. Como gerente de la cadena de casinos Punto y Banca repartía sus días entre Puerto Madryn y Esquel. Hasta la sanción de la ley de Obediencia Debida estuvo procesado por la desaparición de Patricia Huchansky y Carlos Simón, pero el vecindario ignoraba el dato. En los ’90 no se privó de pasear en limousine a celebridades menemistas como Gerardo Sofovich, Moisés Ikonicoff o los hermanos Spadone para publicitar el alto target de la empresa. También fue su cara visible en actividades benéficas o ante el Concejo Deliberante. En 1999 durante el Juicio por la Verdad de La Plata su nombre reapareció vinculado con el centro clandestino que funcionó en la comisaría 5ª y con la patota del condenado Miguel Etchecolatz, pero ni él ni sus patrones se dieron por aludidos. Recién esta semana, cuando El Diario de Madryn advirtió su apellido entre los torturadores señalados por el testigo desaparecido Jorge Julio López, el ex comisario de la policía de la provincia de Buenos Aires Julio César Garachico comprendió que nunca más pasará desapercibido ni siquiera en la acallada ciudad patagónica. Desde el lunes se ignora su paradero.

Sesentón, robusto, canoso, tez trigueña, osco en sus expresiones y de carácter fuerte, Garachico siempre se hizo notar. Desde mediados de los ’60, según registros de la ex Dipba, integró un “comando de la represión” dependiente de la Dirección de Investigaciones, donde prestó servicios durante la guerra sucia. Retirados de la fuerza como José Félix Madrid, Bernabé Jesús Corrales o Tomás Rotella lo recordaron durante el Juicio por la Verdad como miembro de la Unidad Regional de La Plata. La ex mujer de Rotella agregó que su marido, junto con Manuel Aguilar y “un oficial de apellido Garachico”, mantenían relación con Etchecolatz y juntos habían quemado “una montaña de libros, fotos y carpetas” en una quinta de Olmos. La mujer rescató “un librito” que podría ser el diario de una desaparecida: “Decía que la habían torturado, que en invierno hacía mucho frío, le habían tirado una frazada y luego se la sacaron”. El ex cabo Leopoldo Campano, hermano de dos desaparecidos, acotó que “se lo nombraba como una persona fuerte y violenta”. Cuando Miguel Angel Bellomo escuchó al camarista Leopoldo Schiffrin explicar que la comisaría 5ª “era un lugar del que no se salía sino raramente”, el ex policía sugirió que llamaran a declarar “a Julio Garachico, que era oficial inspector, jefe de calle y subjefe del Comando de Operaciones de la Unidad Regional. La comisaría 5ª era un punto estratégico del Area Operacional, de ahí emanaba la mayoría de las órdenes. El que dice lo contrario es un hipócrita”. Por ese lugar pasaron alrededor de 180 personas, de las cuales 62 permanecen desaparecidas, delitos por los cuales ya hay siete policías detenidos.

También las víctimas lo nombraron. “Chicha” Mariani, que hace treinta años busca a su nieta Clara Anahí, declaró que como “oficial principal y ex jefe del servicio externo de la unidad regional” Garachico participó del operativo en el cual secuestraron a su nieta y masacraron a su nuera Diana Teruggi y a los militantes peronistas Daniel Mendiburu Elicabe, Roberto Porfirio y Juan Carlos Peiris. Finalmente, el 28 de junio Jorge Julio López detalló su cautiverio en el destacamento de Arana, la estancia La Armonía y las comisarías 5ª y 8ª. Contó que un día “llegó Etchecolatz con el grupo de picaneadores” entre quienes reconoció “a Garachico, Aguiar y Urcola, que después fue comisario, y también a Manopla Gómez, que pegaba patadas. Allí nos volvieron a torturar”. En Arana vio cómo maltrataban a Patricia Dell’Orto y Ambrosio de Marco, a quienes conocía de su unidad básica en Los Hornos. El día que estalló una bomba en la jefatura de la bonaerense, la misma patota llegó al centro clandestino y fusiló a la pareja y a un paraguayo de apellido Rodas. Patricia gritaba que no la mataran, que quería criar a su hija. “Por cada soldado que muera van a morir cinco de ustedes”, les advirtieron.

El domingo pasado la periodista Marisa Rauta, directora de El Diario de Madryn, advirtió desde su editorial la importancia de prestar atención sobre “lo que dijo y a quiénes sindicó con nombre y apellido” el testigo López. Mientras chequeaba su prontuario y coordinaba con otros medios la difusión conjunta de la noticia para evitar represalias (el ex comisario había presionado al diario luego de un artículo sobre adicción al juego), Garachico se esfumó de Madryn. Desde el lunes no hay señales de vida en su enorme casa de Juan José Paso 179. Rápida de reflejos, Punto y Banca SA informó en un memo interno la “desvinculación” del gerente, aunque el responsable de dar la noticia, Raúl Juan Dindart, dijo desconocer los motivos. Es raro: en la ciudad de las berenjenas gigantes cuentan que Garachico nunca negó haber integrado la Bonaerense durante la guerra sucia.

domingo, 30 de julio de 2006

El Turco primero

EL CASO POBLETE

El viernes se conocerá el veredicto contra el represor Julio Simón, alias “Turco Julián”. Será la primera sentencia de un tribunal oral por torturas y desapariciones luego de dos décadas de impunidad.

Por Diego Martínez

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Veinte años, siete meses y 25 días después del fallo que condenó a los máximos responsables del genocidio argentino, el viernes la Justicia volverá a dictar sentencia por desapariciones y torturas cometidos al amparo del Estado terrorista. Se pronunciará en el caso de los secuestros de José Poblete, Gertrudis Hlaczik y la sustracción de su hija Claudia Victoria. Es la causa en la cual el Centro de Estudios Legales y Sociales reclamó la inconstitucionalidad de las leyes de impunidad y en la que se pronunciaron los primeros fallos en ese sentido: primero el juez Gabriel Cavallo, luego la Cámara Federal porteña y finalmente la Corte Suprema. Lejos de los altos mandos juzgados en 1985, el Tribunal Oral integrado por Luis Di Renzi, Guillermo Gordo y Ricardo Farías fallará sobre la conducta del policía Julio Simón, alias “Turco Julián”, símbolo de los torturadores autóctonos no sólo por su perversidad sino por ufanarse en televisión de su trabajo sucio en los centros clandestinos Club Atlético, El Banco y El Olimpo.

“El criterio general era matar a todos”, explicó Simón en 2000 en Canal 13. Seis años después, ante un tribunal con plenas garantías prefirió no hablar, pero no pudo evitar escucharse. “Participé en frenar la guerra asesina que nos traían del exterior”, dijo. “Supongo que se nos eligió por aptitudes”, se vanaglorió. Se diferenció de los burócratas “de las oficinas donde supuestamente (sic) tomaban las decisiones”. Ellos “no convivían con los detenidos, leían carpetas pero no interpretaban. Vedarle la libertad o darle muerte a una persona es algo muy cruel. Nadie quería estar con el detenido porque no había capacidad de excluirlo del destino final. Hacían lo más fácil: ponían ‘DF’. Todos se lavaban las manos”, explicó. Los sobrevivientes que declararon ante la Justicia demostraron que no fue su caso.

“Julián era el encargado de la bienvenida”, recordó Enrique Ghezán. “Me golpeó con los puños, cadenas, rebenque y después me tiraron agua con sal”, contó Susana Caride. “Era capaz de pegarle a una persona y al rato tomar mate. ‘Sos una montonera hija de puta’, decía, y al rato ‘tomá un puchito, ¿por qué estás mal?’”, relató Graciela Tro- tta. Cuando Mónica Brull, ciega, llegó al Olimpo, un represor le advirtió a Simón que estaba embarazada. “Fulana estaba de siete meses y no le pasó nada”, le respondió. A Mario Villani le aclaró: “Esta es mi casa”. Jorge Taglioni lo vio dormir “en la parrilla donde nos picaneaba”. Se paseaba “con una bandera nazi en el brazo”, contó Taglioni. Julio Lareu recordó “las marchas nazis para amedrentar a los judíos”. A Tita Sacolasky la obligó a cantar el himno durante toda una noche. No se salvó ni el perro de una pareja, “al que pasaba, lo pateaba y decía ‘perro judío’”.

Tampoco faltaron relatos sobre asesinatos. Villani recordó a “un muchacho maestro, judío y comunista”. Lo vio atado a una mesa y a Simón con un cable de 220 voltios en la mano y un palo de escoba en el ano de su presa. Cuando le ordenaron liberarlo dijo “menos mal que se murió el judío de mierda, si no tenía que soltarlo”. Isabel Fernández Blanco recordó el caso de Mario Romero, a quien “tirado en el piso el Turco le pega de una forma brutal. Lo escuchan todos. Al otro día nos enteramos de que había muerto”. El ex gendarme Omar Torres, guardia de El Olimpo, recordó que “muchos no aguantaban la picana. Los dejábamos bien y los sacábamos destruidos o muertos”. Quien “siempre venía por las noches era el Turco Julián. Lo acompañaba un perro policía y la botella de whisky. Parece que necesitaba tomar coraje para torturar”.

Simón no ocultaba su capacidad para decidir la muerte ajena. Tres testigos recordaron que antes de ser liberados les ordenó que se levantaran la venda y lo miraran. “Soy el Turco Julián –arrancó–. Estamos cerca de Navidad, del nacimiento de Dios. Acá nosotros somos Dios, decidimos la vida y la muerte, y en función de la Navidad les vamos a perdonar la vida a ustedes, que son perejiles, para que sean testimonio del horror que pueden pasar los que atenten contra nuestra forma de vida. Los liberamos pero son boletas caminando. Y de los que no están acá, olvídense”. A Elsa Lombardo le advirtió “perdonamos la vida una sola vez”. Adriana Trillo recibió la última visita días antes de la asunción de Alfonsín. “Viene la democracia pero no se olviden: vamos a estar siempre”. Cuando Tita Sacolasky lo vio en un bar y le preguntó: “¿Te acordás de la judía de mierda?” Simón retrucó: “¿Quién creés que te dio la libertad?”. A pesar de los 28 años transcurridos ninguna de estas atrocidades será condenada aún.

¿Qué se juzga?

José Poblete y Gertrudis Hlaczik, militantes de Cristianos para la Liberación, fueron secuestrados el 28 de noviembre de 1978. José era chileno. Había perdido las piernas a los 16 años cuando lo atropelló un tren. Antes de viajar a rehabilitarse creó la Escuelita para el Niño Trabajador, donde enseñó a leer y escribir. Aquí impulsó el Frente de

Lisiados Peronistas, que en 1974 consiguió una ley que obligó a los patrones a emplear un cinco por ciento de discapacitados. Trabajando en Alpargatas conoció a Gertrudis, estudiante de psicología dos años menor.

En El Olimpo lo bautizaron Cortito y le sacaron la silla de ruedas para que caminara con los muñones. Simón lo obligaba a pelear a puño limpio. “Sentía especial felicidad en fomentar ese circo romano”, recordó Trotta. Un día los hicieron formar “una pirámide de hombres desnudos y arriba el Cortito, parado con las manos cual piedra movediza mientras ellos aplaudían”, contó Taglioni. “Se aprovechaba toda debilidad y ser lisiado lo era”, explicó Villani. Para peor “Gertrudis era muy bonita, con el estereotipo alemán, y no podían entender que un lisiado pudiera ser su pareja”, dijo Ghezán. Jorge Robasto vio por la mirilla cuando “arrastraban a Gertrudis desnuda, de los pelos, a la sala de torturas”. Isabel Cerrutti recordó que “a Gertrudis la hicieron boxear con otra chica. Si no se pegaban lo suficiente (nunca era suficiente) las golpeaban los represores”.

Trotta cuidó durante un día a Claudia Victoria en la enfermería de El Olimpo. “Colores y el Turco me dieron la bebé”, declaró. Luego prometieron llevársela a los padres de Gertrudis, quien escribió una carta con consejos que nunca llegó a destino. Varios escucharon a Julián confirmándoles la entrega. La noche de Navidad Gertrudis pudo llamar a su casa. “Simón la llevó al teléfono”, afirmó Cerrutti. Cuando preguntó por la nena le cortó. “Hay cuestiones que es mejor no preguntar”, le dijo. Gertrudis se desesperó. “Tal vez me equivoqué de casa pero quédense tranquilos que la vamos a rescatar”, prometió Simón. A fines de enero de 1979 se los vio por última vez. Claudia Victoria recuperó su identidad en el 2000.

Las querellantes Carolina Varsky por el CELS y Alcira Ríos por la familia Poblete calificaron los hechos como delitos de lesa humanidad y pidieron 50 años de prisión, pena máxima según el ordenamiento penal vigente. El fiscal Raúl Perotti (aún con sumario abierto en la Procuración por presenciar torturas en La Pampa en sus tiempos de defensor oficial e insuperable a la hora de confundir personas, rebautizar organizaciones, formular preguntas incomprensibles o ya respondidas) pidió 24 años y medio, seis meses menos de la pena máxima vigente en 1978. Invocó como atenuante en favor de Simón su “carencia de antecedentes”.

La segunda incógnita que se develará el viernes, además de la pena, será si el represor hablará antes del fallo. A sus víctimas solía decirles: “Levántense los tabiques, no tengo problema que me miren porque cuando se dé vuelta la historia no voy a tener problema en mirarlos”, recordó Cerrutti. Tres décadas después hubo que interrumpir dos veces la lectura de la acusación para que fuera al baño y tras la tercera audiencia prefirió no seguir escuchando los padecimientos de sus víctimas.

sábado, 15 de julio de 2006

Detuvieron al interrogador del centro clandestino La Escuelita

La Justicia de Bahía Blanca ordenó la detención del suboficial Santiago Cruciani, torturador del campo de concentración del Cuerpo V de Ejército. Su historia y los testimonios de sus víctimas.

Por Diego Martínez

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El lugar donde funcionó el centro clandestino del Cuerpo V del Ejército en Bahía Blanca.

“¡Dale de nuevo, Laucha!”, ordenaba con voz ronca al pie de la mesa de torturas. El Laucha apoyaba la picana sobre cuerpos desnudos, vendados, atados de pies y manos, que se arqueaban por el paso de la corriente. El recuerdo pertenece a Oscar Meilán, ex detenido-desaparecido del campo de concentración del Cuerpo V. La voz, “el Tío” o “mayor Mario Mancini”, alias e identidad de encubrimiento del suboficial de inteligencia Santiago Cruciani, principal interrogador de La Escuelita de Bahía Blanca, detenido el sábado por orden del juez federal Alcindo Alvarez Canale y alojado desde el lunes en un calabozo de la Policía Federal bahiense.

Su voz retumba en la memoria de los sobrevivientes. “Tenía una risa sarcástica y hacía gala de un gran manejo político”, recuerda Oscar Bermúdez. Su trabajo en Bahía comenzó a un año del golpe, cuando llegó al Destacamento de Inteligencia 181 y se vinculó con matones sindicales y militantes de la Concentración Nacionalista Universitaria. Los últimos dos meses de 1975 participó del Operativo Independencia, en Tucumán, y ya en los días previos al golpe interrogó bajo tortura a los primeros secuestrados de la ciudad. Pero lo suyo no se limitó al cuartel: también recibió en su oficina a familiares de desaparecidos, con los cuales mantuvo contacto epistolar cuando lo trasladaron a la Agregaduría Militar en Lima, a fines de 1977.

Hombre de convicciones religiosas, no dudó en acercarse a la parroquia Nuestra Señora del Carmen, donde oficiaba misa el sacerdote Néstor Hugo Navarro, actual obispo de Alto Valle, considerado por algunos sobrevivientes “el pastor que nos contuvo, la única voz de la Iglesia en Bahía Blanca”. Ante la Justicia, Navarro declaró que en junio de 1976 el falso Mancini “se presentó como suboficial del Ejército en el colegio La Inmaculada”. Trataron temas “de neto corte pastoral y espiritual”, incluso “se mostraba partidario sobre todo aspecto renovador de la Iglesia”. Con los meses el tema cambió: el sacerdote consultaba al torturador sobre “personas desaparecidas de mi conocimiento”. Le confesó que a Carlos Rivera lo tenía el Ejército (que días después lo fusiló en un tiroteo fraguado), que al desaparecido Horacio Russín “lo tiene la Armada”, y le anticipó la liberación de Diana Diez, secuestrada por la Marina, una semana antes de que se concretara.

El actual diácono de la parroquia, Alberto Migliorici, quien compartió un grupo pastoral con el torturador, recuerda el caso de Elizabeth Frers, militante católica formada en el centro pastoral La Pequeña Obra y en la Juventud Universitaria Católica, vista en La Escuelita y ejecutada en La Plata: “Estaba fascinado. Decía que era la síntesis perfecta entre catolicismo y marxismo. Un día dijo ‘vamos a tratar de sacarla a flote’.

Después dejó de nombrarla”. Consultado sobre los enfrentamientos fraguados, Cruciani “daba a entender que al Ejército no le interesaba mostrar grandes carnicerías sino pequeños enfrentamientos. Usaba el término ‘noticia falopa’, es decir información para justificar lo que hacían”.

El 31 de mayo de 2000, en el marco del Juicio por la Verdad, la Cámara Federal bahiense se trasladó a Mendoza para escucharlo. La acompañaron ex detenidos-desaparecidos que conocían su voz pero no su rostro. Encontraron a un hombre alto, calvo, pelo blanco, anteojos, bigote, cejas gruesas, jean y campera verde. “Se hacía el viejito decrépito, disfrazado de abuelito, no lo podía creer –recuerda la sobreviviente Patricia Chabat–. Sentí asco, ganas de preguntarle ¿dónde están los demás?, pero sólo atiné a gritar ‘Tío, Tío’, lo único que me salía.”

Cruciani dio sus datos personales y dijo “no voy a seguir declarando”. Los jueces le informaron que lo consideraban “uno de los ejecutores con mayor intervención en los interrogatorios” y ordenaron su arresto, domiciliario por su salud, hasta que se dignara a hablar. Su esposa Yolanda Pozzi denunció al tribunal bahiense por “privación ilegal de la libertad y torturas” (sic). Estuvo 36 días detenido hasta que la Corte Suprema ordenó a la Cámara Federal bahiense que remitiera el expediente a Casación Penal, que paralizó el juicio y ordenó liberarlo. Tras un escrache de HIJOS Mendoza se mudó a San Juan, pagos de los Pozzi, y luego a Mar del Plata, donde vive una de sus hijas. Hasta el sábado estuvo escondido en una casa del barrio 2 de Abril.

lunes, 10 de julio de 2006

A treinta años de la cueva de leones

ANIVERSARIO DE UN CRIMEN PARADIGMATICO OCURRIDO EN BAHIA BLANCA

Hace treinta años fueron secuestrados, torturados y acribillados dos delegados gremiales del diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca. La directora los había acusado de formar un “sóviet”.

Por Diego Martínez

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Enrique Heinrich y Miguel Angel Loyola, obreros gráficos del diario La Nueva Provincia.

Tres meses después del golpe de Estado, mientras La Escuelita se poblaba de secuestrados y el Cuerpo V se cobraba sus primeras víctimas en tiroteos fraguados, un grupo de desconocidos vestidos de civil pero que se movilizaban en vehículos militares secuestró en sus hogares a Enrique Heinrich y Miguel Angel Loyola, obreros gráficos de La Nueva Provincia e integrantes del Sindicato de Artes Gráficas de Bahía Blanca. Durante los años previos ambos habían encabezado las reivindicaciones laborales de los trabajadores de la empresa. El diario, dirigido por Diana Julio de Massot, no denunció los secuestros, informó en veinte líneas la aparición de los cadáveres y nunca más recordó el caso. Cuando dos periodistas locales consultaron sobre esos asesinatos al responsable de los grupos operativos del Ejército, el general Acdel Vilas fue contundente: “Hay empresas que prefieren matar a sus empleados antes que indemnizarlos”. El arzobispo Jorge Mayer prefirió criminalizar a las víctimas para negarles su ayuda cristiana y la Justicia archivó la causa sin investigar.

Heinrich era maquinista en la rotativa y secretario general del sindicato. Loyola, esterotipista y tesorero. La primera tarea juntos fue a fines de 1971: como delegados del taller reafiliaron a varios compañeros expulsados cinco años antes. No era un contexto fácil. El 25 de mayo de 1973, ante el retorno de “un sistema que la ciencia política llama democracia” (LNP 25/5/73), la nieta del fundador dejó en claro que en su empresa el régimen castrense continuaba: Héctor Morelli, obrero de la rotativa, peronista acérrimo y tío de Heinrich, fue despedido por marchar frente al diario para festejar el triunfo de Héctor Cámpora.

A fines de 1973 los quites de colaboración en demanda de aumentos salariales demoraron la salida del diario, que se publicó con menos páginas de las habituales. El primer día de 1974 el acatamiento masivo a un paro desató la ira de la patrona, que como respuesta envió cuarenta telegramas de despido compulsivo y sin indemnización. Pero por orden del Ministerio de Trabajo debió reintegrarlos.

A mediados de 1975 los seis gremios que representaban a los trabajadores del multimedio (incluía también radio y canal de televisión) resolvieron en asamblea un paro por tiempo indeterminado. La medida “rompe el intento de diálogo”, explicó el asistente de dirección Federico Massot (ya fallecido) al delegado de Trabajo. En medio de referencias a Heinrich y Loyola, Massot destacó “fines políticos inconfesos” que ocasionan “un grave daño a la Nación”. Los gráficos exigían a la empresa (no a la Nación) la aplicación de un franco cada cuatro días, como establecía el convenio de trabajo. La medida tuvo alta adhesión, no hubo diario durante tres semanas y la empresa debió cumplir el convenio. En esos días el armador Manuel Molina, vocal del sindicato, fue baleado al llegar a su casa desde un Ami 8 gris que usaba el personal de seguridad del diario.

El día en que La Nueva Provincia reapareció, la directora denunció la “labor disociadora” de los delegados, “cuyos fueros parecieran hacerles creer, temerariamente, que constituyen una nueva raza invulnerable de por vida” (LNP 1/9/75). Sugirió que pretendían intervenir el diario para “cooperativizarlo o crear alguna otra forma de autogestión sovietizante”, los equiparó con “la infiltración más radicalizada del movimiento obrero argentino” y anunció que “esta empresa también conoce el ‘sóviet’ que aún usufructúa y aprovecha dentro de nuestra propia casa el desorden generado por un estado en descomposición”. Después condicionó el ingreso de los obreros a la firma de un acta por la cual se comprometían a colaborar y en caso de incumplimiento aceptaban ser despedidos sin indemnización. Los treinta que se negaron fueron suspendidos por cinco días.

La muerte embanderada

Al anochecer del 24 de marzo de 1976 Diana Julio y un veinteañero Vicente Massot desfilaron eufóricos con una bandera argentina alrededor de la rotativa, recuerda Molina. “¿A que no se animan a hacer huelga ahora?”, desafió la mujer a uno de los gremialistas, mientras su hijo le pateaba la bicicleta. En esos días de gloria cesantearon a 17 obreros gráficos, medida que excluyó a quienes tenían fueros sindicales.

A mediados de junio, mientras reclamaban el pago de días de paro descontados, Heinrich, Loyola y Molina fueron citados al Cuerpo V. “Nos recibió un capitán, no recuerdo el nombre”, cuenta Molina. Dijo ‘Muchachos, déjense de romper las pelotas, la mano viene dura’. No tomamos esa advertencia como una amenaza. No medimos qué había detrás”.

El 20 de junio la directora planteó desde su editorial que “la guerra contra la subversión debe ser total, frontal y definitiva” y exigió trasladar “dicha realidad a la ciudadanía, sin eufemismos absurdos ni verdades a medias”. Admitió la “manera no convencional” de enfrentar al enemigo, omnipresente “en la selva, el monte, la ciudad, la universidad, el hospital, el café-concert, el periodismo, la televisión e, incluso, la Iglesia”. Cuatro días después su diario publicó un comunicado del Cuerpo V sobre la muerte de Mónica Morán, “abatida en un enfrentamiento” según el Ejército, que la había secuestrado y mantenido varias semanas en cautiverio. En ese contexto de terror estatal y doble discurso llegó la hora de los gráficos.

Al atardecer del 30 de junio una patota se instaló en la casa de Loyola. Lo esperaron hasta las cuatro de la mañana, cuando terminó su jornada en la rotativa. A medida que llegaban, familiares y allegados fueron maniatados y vendados. “Algunos (de los secuestradores) usaban guantes y todos, por su manera de expresarse, denotaban cierta cultura”, declaró la mujer de Loyola en el sumario policial. Los vecinos vieron vehículos militares cortando la cuadra durante casi siete horas. Cuando cayó la presa, a los siete testigos del secuestro, incluida su mujer embarazada, los secuestradores les inyectaron somníferos en sus brazos para adormecerlos y no ser reconocidos. No sólo la Armada usaba este método en los vuelos de la muerte: también en La Escuelita bahiense se dopaba a las víctimas antes de trasladarlas.

Desde allí fueron a buscar a Heinrich, recién llegado del diario. Vivía con su esposa y cinco hijos en una casa de un dormitorio. Rompieron la puerta con un golpe seco y antes de que la familia alcanzara a moverse ya estaban en la habitación, encandilándolos con linternas. Heinrich pidió que se identificaran. “Somos de la Federal”, dijeron, y lo encañonaron. Mientras los chicos lloraban y la mujer intentaba detenerlos, Heinrich pidió que no le pegaran delante de sus hijos. Le ordenaron vestirse y se lo llevaron.

Palabra de Dios

Durante cuatro días estuvieron desaparecidos. Molina junto con un ex maestro del colegio La Piedad, donde había estudiado Loyola, fueron a la Curia a pedirle ayuda al arzobispo bahiense monseñor Jorge Mayer. Su respuesta fue la misma que escucharon todos los padres desesperados que lo consultaron por sus hijos secuestrados: “En algo andarán”. La noticia circulaba en los pasillos de La Nueva Provincia pero no apareció en sus páginas.

El domingo 4 de julio una familia que mateaba en “La cueva de los leones”, paraje a 17 kilómetros de Bahía, encontró los cadáveres maniatados por la espalda, con signos de torturas y destrozados a tiros. Los rodeaban 52 vainas calibre 9 milímetros. Aún no se sabe qué Fuerza intervino ni dónde transcurrieron sus cautiverios. Sí se sabe que ningún directivo ni periodista de La Nueva Provincia fue al velorio ni se solidarizó con las familias. El mismo día un miembro del sindicato de prensa recibió un llamado. “Ya hicimos cagar a dos rojos –le advirtieron–. El próximo sos vos.” Logró viajar a Tandil con la ayuda de un periodista que aún trabaja en la empresa.

Dos días después, bajo el título “Son investigados dos homicidios”, alguien escribió la noticia en veinte líneas, perdidas en una hoja tamaño sábana. Apuntó que “se desempeñaban en la sección talleres de este diario”. Fue la primera y última referencia de La Nueva Provincia al asesinato de aquellos dos obreros que tuvieron el descaro de representar con dignidad a los empleados de la empresa

Un día después de recibir el sumario policial, el juez penal de turno Francisco Bentivegna se inhibió de actuar y remitió la causa a su colega Juan Alberto Graziani, que al mes la archivó para siempre. En 1997 Jorge Molina consiguió que dos calles de la periferia bahiense recordaran a sus compañeros masacrados. Paradójicamente, están a pocas cuadras del “barrio de prensa Federico Massot”.

lunes, 23 de enero de 2006

Para reabrir las causas en Bahía Blanca

RECLAMO DE LA APDH POR EL CUERPO V DE EJERCITO Y LA BASE NAVAL PUERTO BELGRANO

El organismo de derechos humanos solicitó a la Justicia federal la reapertura de los juicios contra los militares que actuaron en esa zona. El pedido apunta a hacer justicia en siete casos emblemáticos de secuestro, torturas, asesinatos y desapariciones de personas.

Por Diego Martínez

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Julián Oscar Corres tuvo actuación en La Escuelita, a las órdenes de Cruciani.

La Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de Bahía Blanca solicitó a la Justicia federal local la reapertura de los juicios contra los militares responsables de secuestros, torturas, asesinatos y de la desaparición de personas que actuaron en el Cuerpo V de Ejército, la base naval Puerto Belgrano y la base de infantería de marina Baterías durante la última dictadura militar. El organismo solicitó la declaración de inconstitucionalidad de las leyes de punto final, obediencia debida y de los indultos que beneficiaron a jefes de la Armada y del Ejército. Los pedidos de detención abarcan desde los máximos jerarcas de las respectivas fuerzas, como el ex general Adel Vilas y el ex contraalmirante Luis María Mendía, hasta el interrogador en la mesa de torturas de La Escuelita, suboficial Santiago Cruciani, o quien lo auxiliaba aplicando la picana eléctrica, oficial Julián Oscar Corres.

Tras el pedido, el juez Alvarez Canale adhirió a la inconstitucionalidad y nulidad de las leyes de obediencia debida y punto final resuelta por la Corte Suprema de Justicia, recaratuló la causa como “investigación de delitos de lesa humanidad cometidos bajo control operacional del comando del Cuerpo V de Ejército”, difirió el tratamiento de los indultos hasta que el fiscal identifique a los imputados o procesados que se beneficiaron con esa medida, aunque se inhibió de actuar en las causas relacionadas con la Armada por su parentesco con el capitán de navío Raúl Alberto Marino, uno de los investigados. La causa de la Armada quedaría en manos del juez subrogante, Ramón Dardanelli Alsina.

En el caso de la Armada, las diferencias de criterio sobre el departamento judicial que debía juzgar en 1987 a los responsables de los centros de detención de Punta Alta impidieron la identificación de los secuestradores y torturadores de Puerto Belgrano y Baterías, impunidad que extiende hasta hoy el manto de sospecha sobre centenares de marinos. A tres décadas del inicio del terrorismo de Estado en el sur bonaerense, que incluyó el robo y la sustracción de identidad de dos bebés nacidos en La Escuelita bajo el mando del general Abel Catuzzi, no hay un solo militar ni policía preso por aquellos crímenes de lesa humanidad. En manos del juez y del fiscal Antonio Castaño queda ahora la responsabilidad de continuar los procesos impulsados en los primeros años de la democracia por el fiscal Hugo Cañón y la Cámara Federal de Bahía Blanca.

Con el patrocinio de Mirta Mántaras, la APDH pidió las detenciones de quienes se desempeñaron, respectivamente, como comandantes de operaciones navales, contraalmirante Luis María Mendía y vicealmirante Julio Torti; jefe de Estado mayor de Operaciones Navales, contraalmirante Antonio Vañek; comandante de la fuerza de submarinos, vicealmirante Juan José Lombardo; comandante de la base naval Puerto Belgrano, capitán de navío Zanón Saúl Bolino; del contraalmirante Juan Carlos Malugani, y los capitanes de navío Raúl Alberto Marino y Edmundo Oscar Muñoz. Todos ellos fueron indultados en 1989 por el ex presidente Carlos Menem.

Habitué en el despacho de Diana Julio de Massot, directora del diario naval La Nueva Provincia, el contraalmirante Mendía supo arengar a sus subordinados para avanzar en “el exterminio de la subversión apátrida que, como mala cizaña, debe ser eliminada de la tierra de los argentinos” (LNP 8/11/75). Explicaba la necesidad de “aniquilar a la subversión” con argumentos teológicos: “Mientras nosotros creemos en Dios como Supremo Creador y ordenador del Universo, y por lo tanto confiamos en la trascendencia de la vida humana, ellos no ven más allá de lo material, aceptando su mediocre rol en la escala de la evolución zoológica” (LNP 29/11/75). Días antes del golpe de Estado, según declaró Adolfo Scilingo ante la Audiencia Nacional de España, Mendía fue el encargado de explicar ante unos 900 marinos reunidos en el cine de Puerto Belgrano que, para preservar “la ideología occidental y cristiana”, la Armada actuaría decivil, realizaría “interrogatorios intensos”, que incluían la “práctica de tortura y el sistema de eliminación física a través de los aviones que, en vuelo, arrojarían los cuerpos vivos y narcotizados al vacío, proporcionándoles de esta forma una ‘muerte cristiana’”.

Por los crímenes cometidos por el Ejército, la APDH solicitó la detención de quienes en 1976 y 1977 se desempeñaron, respectivamente, como comandante de la subzona 51 general Adel Edgardo Vilas, del jefe de inteligencia coronel Aldo Mario Alvarez, de los jefes de operaciones, teniente coronel Osvaldo Bernardino Páez, coroneles Rafael Benjamín De Piano y Juan Manuel Bayón; y del responsable del departamento de registro y enlace, mayor Arturo Ricardo Palmieri, encargado de recibir y mentirles a los familiares de los desaparecidos que permanecían en cautiverio a metros de su oficina.

Entre los oficiales subalternos integrantes del grupo de tareas, el organismo pidió la detención de Mario Carlos Méndez, a quien sus compañeros llamaban cariñosamente “El Loco de la Guerra”; de Jorge Aníbal Masson, quien en el año 2000, cuando declaró en el Juicio por la Verdad, continuaba en actividad con el grado de teniente coronel; de Ricardo Martín Sosa; de Mario Alberto Casela, coronel en actividad con destino en Remonta y Veterinaria; de Julián Oscar Corres, quien también en el 2000 admitió que en el centro de detención sus compañeros lo llamaban “Laucha”, apodo de quien manejaba la picana eléctrica en La Escuelita según declararon varios sobrevivientes; y del suboficial de inteligencia Santiago Cruciani, alias “mayor Mario Mancini” o “Tío”, interrogador que simulaba el papel de “bueno” en la mesa de torturas de La Escuelita. Cruciani permaneció 36 días detenido en el 2000 por negarse a declarar en el Juicio por la Verdad. Su esposa Yolanda Pozzi denunció a la Cámara Federal de Bahía Blanca por “privación ilegal de la libertad y torturas” (sic). Luego de ser escrachado en Mendoza por la agrupación H.I.J.O.S., el matrimonio se refugió en los pagos de los Pozzi, en San Juan, donde todavía no se conoce su pasado.

Mientras los abogados de la APDH trabajan en la elaboración de futuras presentaciones, la solicitud se refiere a siete casos de asesinatos o desapariciones:

- Horacio Russin fue secuestrado de madrugada, en su casa, por una patota de la Armada. Fue torturado brutalmente en el campo de concentración que funcionó en la séptima casamata de Baterías, donde aún hoy la infantería celebra sus aniversarios, a metros de Punta Ancla, playa de veraneo de los vecinos de Punta Alta. Luego fue entregado al Ejército. Se lo vio por última vez en La Escuelita.

- Carlos Rivera trabajó como preceptor del seminario La Asunción hasta la noche de su secuestro. Pocos días después, el entonces vicario general bahiense Emilio Ogñenovich le confesó a su mujer que Rivera estaba en manos del Ejército. Varios sobrevivientes de La Escuelita confirmaron años después el dato que el sacerdote conocía en tiempo real. Fue fusilado en un enfrentamiento fraguado y enterrado como NN en el cementerio de Bahía Blanca. En 1987, el Equipo Argentino de Antropología Forense identificó sus restos.

- Cora María Pioli fue secuestrada en su casa días después de recibirse de profesora de Letras en la Universidad Nacional del Sur. Fue vista en cautiverio en Baterías, donde los marinos que desvalijaron su casa usaban sus discos para tapar los gritos de los torturados. Continúa desaparecida.

- Mónica Morán fue secuestrada mientras ensayaba una obra de títeres en el Teatro Alianza. Fue vista en La Escuelita por varios sobrevivientes. Once días después fue fusilada en un enfrentamiento fraguado y publicitado por La Nueva Provincia. Su cuerpo fue exhumado en 1987.

- Rubén Sampini fue detenido junto con su madre por Prefectura Naval en su casa de Ingeniero White un día después de denunciar que un camión del Ejército había desvalijado su local de repuestos de autos, que compartía con su socio Juan Carlos Castillo, por entonces secuestrado en La Escuelita. Los llevaron al Cuerpo V, donde firmaron el libro de guardia. Luego de varias horas en un calabozo del Batallón de Comunicaciones 181, la mujer fue liberada y a 28 años de los hechos aún exige conocer el destino de su hijo.

- Néstor Junquera y María Eugenia González fueron secuestrados por una patota del Ejército, que dejó los hijos del matrimonio en manos de vecinos. Ambos fueron torturados en La Escuelita, donde se los vio por última vez.