miércoles, 15 de agosto de 2012

“Sonrió y era la sonrisa de mi hermano”


Antes de que su sobrino fuera identificado este mes, los hermanos Gaona Paiva lo habían visto sólo una vez: ese mismo día de 1978 fue secuestrado con sus padres. Aquí describen la búsqueda y el reencuentro: “Nos dimos un abrazo fuerte, fue terrible, lindo, todo junto”.

Por Diego Martínez
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Rigoberto Gaona Paiva, Gilberto y su hija Noelia.
Los hermanos Gaona Paiva, seis varones y una mujer, se vieron por última vez el 14 de mayo de 1978. Fue en casa de los viejos, en Villa Celina, para celebrar el aniversario de la independencia de Paraguay y conocer a Pablo Javier, el primer sobrino. El bebé de un mes y un día pasó por todos los brazos y a la tarde partió con sus padres rumbo a Capital. Pero nunca llegaron a destino: el Estado terrorista borró de la tierra a Ricardo, Petí para los íntimos, y a su mujer, María Rosa Miranda, Mery, militantes del Ejército Revolucionario del Pueblo. Los hermanos de Petí, futboleros de alma, buscaron a Pablo en potreros y estadios. Julio César “Chicho” Gaona, que en los ’80 llegó a jugar en Boca y en la selección juvenil, quiso hacer pública la historia, pero los hermanos lo frenaron: “Te van a limpiar, todo a su tiempo”. En 2001 dejaron muestras de ADN en el banco de datos genéticos de Abuelas de Plaza de Mayo. El 1º de agosto, Rigoberto y Oscar fueron convocados a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi). “Yo venía en el aire, como en las películas –cuenta Rigoberto–. Nos sentamos a esperar y, cuando salió, así (saca pecho), era la foto de mi hermano, no hacía falta ni ADN. Nos dimos un abrazo fuerte, nos quebramos un cachito. Fue terrible, lindo, todo junto.”
–¿Cuándo vinieron de Paraguay?–En 1959 vino papá a buscar ubicación. Después vino mi mamá con mi hermana y Oscar recién nacido. Yo vine con Ricardo en 1968, él tenía doce años. Acá nacieron Gilberto y Julio César –responde Rigoberto y asiente Gilberto, a quien acompaña su hija Noelia.
–¿Ricardo militó primero en la JUP?–Sí, en Villa Martelli. El se metía en los barrios humildes y trabajaba, siempre estaba en reuniones, vivía de eso.
–Lo que nosotros vivíamos con el fútbol él lo vivía con la política –apunta Gilberto.–Tal vez ese destino, el fútbol, nos salvó –redondea su hermano.
–¿Cuándo cayó preso?–Poco antes del golpe de Estado. Lo detuvieron con un grupo de compañeros. Estuvieron en una comisaría de Villa Martelli y de ahí lo llevaron a la cárcel de Olmos. Creo que estuvo tres meses. Después salió, conoció a Mery y empezó a militar en el ERP. Hasta que pasó lo que pasó.
–¿Ese 14 de mayo conocieron a Pablo?–Sí, un domingo, día de la Independencia de Paraguay. Nos juntamos toda la familia, mis padres, todos mis hermanos con novias, esposas, y Pablo, tan bebé, tan chiquito... fue la última vez que lo vimos.
–Yo lo alcé una sola vez –agrega Gilberto, serio–. Era el primer bebé, era la noticia, nos juntamos para conocerlo y nunca más lo pudimos ver.
–¿Saben dónde los secuestraron?–No. Sabemos que fue ese día porque no llegaron al edificio donde vivían y donde Petí trabajaba de portero, en Rodríguez Peña. Nunca más una noticia.
–¿Cómo fue la búsqueda?–Al principio no sabía que desaparecía tanta gente. Tomé dimensión cuando vinieron de los derechos humanos –dice Rigoberto, en referencia a la visita de la Comisión Interamericana en 1979–. El primer día nos volvimos porque había mucha gente, el segundo no pudimos ir y el tercero metieron a los extranjeros en un salón a llenar un formulario con datos. Al año recibimos una carta de los Estados Unidos, pero preguntando si sabíamos algo, fue otra decepción. Lo esperamos, lo buscamos en concentraciones, marchamos con la foto cada Día de la Memoria, preguntamos a amigos, en la colectividad cuando supimos que se intercambiaban detenidos en el Plan Cóndor, y en 1984 hicimos la denuncia ante la Conadep.
Gilberto pide la palabra, falta un hecho clave: “Después del 14 de mayo un grupo de tareas vino a levantarnos a la casa de Villa Celina. Fueron dos Falcon, tipo tres de la madrugada. Ellos estaban como de joda, sacando juguetes obscenos adelante nuestro. Nos trajeron a la policía central para hacernos preguntas. Mis padres y hermanos, yo con 18 años, Julio César con 16. Estuvimos 18 horas parados. Recuerdo que escuchaba gemidos y quejidos y pensaba ‘están torturando a mis padres’, una impotencia terrible, no se puede borrar. La abuela de Pablo también fue secuestrada”.
El diálogo transita hacia la entrega de muestras de sangre, la esperanza renovada ante cada nieto recuperado, y llega al 1º de agosto: “Cuando llamaron de Conadi pensé que era un trámite. Estaba en la calle, con el gasolero, soy medio sordo. ¿Puedo ir mañana? ‘No, venga’. Llego a casa y habían llamado a Oscar. ‘Parece que lo encontraron.’ Yo venía en el aire, como en las películas. Nos sentamos a esperar y, cuando salió, así (saca pecho), era la foto de mi hermano, no hacía falta ni ADN. Nos dimos un abrazo fuerte, nos quebramos un cachito. Fue terrible, lindo, todo junto”.
–¿Hablaron?–Poquito. No sabíamos de qué y me dijeron que no pregunte mucho. Después vinimos acá (la sede de Abuelas), nos pasamos el celular y le mandé un solo mensaje para que no se sienta acosado. Es que al segundo día no podía dormir, salía a la calle mal. Se lo puse en un mensajito, y pide tiempo, pero dice que está bien. Tenemos que dejar que se tome su tiempo.
–¿En qué se parece al padre?–La fisonomía, es igual... en un momento le arranqué una sonrisa. Estábamos sentados uno al lado del otro sin saber bien qué decir cuando llama mi señora. “Estoy con mi sobrino, es un muchacho parecido al papá, pero te voy a contar algo: es de River”. Entonces sonrió y era mi hermano, era la sonrisa de Petí.
–¿Cómo recibió la noticia la abuela?–Mamá acaba de cumplir 82 años así que no se lo dijimos de una, la fuimos trabajando. Ahora ya sabe, le afectó y por supuesto lo quiere ver. Somos una familia grande, lo vamos a ir conociendo de a pocos, hasta que él pueda venir a casa. Es difícil saber qué rumbo tomar, para él y para nosotros. Si fuera por mí lo llevo ya, pero hay que pensar que somos unos extraños para él y hay que respetar sus tiempos.
Antes de concluir, Rigoberto quiere “agradecer a los amigos que nunca dejaron de preguntar, a la colectividad paraguaya que no deja de llamar, a los compañeros del Movimiento Evita de Villa Martelli con los que marchamos el Día de la Memoria en Plaza de Mayo, y a las Abuelas, claro, no hace falta decirlo”.

sábado, 4 de agosto de 2012

“Piedra basal de la impunidad”


El Tribunal Oral Federal de Santiago del Estero había sobreseído a los ex magistrados Arturo Liendo Roca y Santiago David Olmedo de Arzuaga porque las acusaciones en su contra “estaban prescriptas”. Casación consideró que son delitos de lesa humanidad.


Por Diego Martínez
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El ex juez David Olmedo de Arzuaga había logrado eludir la Justicia: será investigado por su acción en la dictadura.
La Cámara Federal de Casación Penal ordenó investigar la participación de dos ex magistrados de Santiago del Estero en delitos de lesa humanidad cometidos en 1975 y 1976. Se trata de Arturo Liendo Roca y Santiago David Olmedo de Arzuaga, quienes podrán ejercer el derecho de defensa del que no gozaron las víctimas del ahora condenado Musa Azar, a quien en pleno terrorismo de Estado visitaban en su oficina de la Dirección de Informaciones de la policía provincial, a metros del sótano donde estaban los cautivos torturados que pedían sin suerte ser escuchados. Dos meses después de que el Tribunal Oral Federal de Santiago del Estero los sobreseyera porque los delitos estaban prescriptos, la Sala IV de Casación estableció que se trata de crímenes de lesa humanidad, por ende imprescriptibles. Los jueces Mariano Borinsky, Juan Carlos Gemignani y Gustavo Hornos calificaron la actuación de los ex magistrados como “piedra basal de la impunidad” de los represores santiagueños y compararon el rol del Poder Judicial durante la dictadura con “la judicatura de la Alemania nazi”.
Ex presidente del tribunal que juzgó el asesinato de María Soldad Morales en Catamarca, Olmedo de Arzuaga fue fiscal y luego juez federal de Santiago del Estero, antes y durante la dictadura. Liendo Roca fue fiscal y luego juez federal ad hoc. “Literalmente me abalancé (sobre Olmedo de Arzuaga) pidiéndole que me escuchara porque tenía que hacer una denuncia muy grave acerca de las torturas mías y de otras personas que estaban secuestradas en el SIDE durante largo tiempo”, declaró Mercedes Cristina Torres en referencia a la Dirección de Informaciones de Musa Azar. “Me contestó que le pidiera una audiencia por escrito (lo cual) me era imposible”, agregó. Luis Avila contó que durante su detención sufrió varios simulacros de fusilamiento y lo obligaron a firmar una declaración bajo tortura. Luego lo llevaron a declarar ante Liendo Roca.
“Los presos políticos les decían que habían sido torturados o habían sido sumergidos en agua por la policía, ellos les respondían que era mentira y les pedían que firmaran las declaraciones”, recordó en junio ante Página/12 el fiscal federal Fernando Gimena. “Ellos no ingresaron al sótano donde estaba el centro clandestino”, pero sí “iban a las oficinas de Musa Azar, que estaban en el piso de arriba, y de otros policías torturadores”, agregó.
La causa para investigar a los ex magistrados está abierta desde 2004, pero el Poder Judicial santiagueño los sobreseyó en sus distintas instancias. La última negativa a investigar a la propia corporación fue el 2 de junio: el Tribunal Oral Federal integrado por jueces subrogantes admitió las pruebas de no haber investigado las denuncias de los detenidos, pero consideró que los delitos de juez y fiscal no podían calificarse como de lesa humanidad porque habrían sido “aislados” y no sistemáticos.
Apelaron el fallo el fiscal general Gimena y los abogados Julia Aignasse por la Asociación por la Memoria, la Verdad y la Justicia, Familiares de Detenidos-Desaparecidos y ex presos políticos de Santiago del Estero y el Comité para la Defensa de la Salud de la Etica y los Derechos Humanos (Codesedh), y Bárbara Llinás Mathieu por la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. Ante Casación mantuvo el recurso el fiscal Raúl Pleé, que denunció la arbitrariedad del fallo y acusó a los ex jueces de encubrimiento, prevaricato e incumplimiento de los deberes de funcionario público.
Casación escuchó a las partes y decidió revertir la decisión del TOF santiagueño. El juez Hornos explicó en su voto que los requisitos de “generalidad” y “sistematicidad” que deben registrarse en el “ataque a una población civil” para que los delitos puedan considerarse “de lesa humanidad” no son características que deba reunir cada conducta individual de quienes participaron de ese ataque. “Sólo el ataque, y no los actos individuales del acusado, debe ser generalizado o sistemático”, citó al Tribunal Penal para la ex Yugoslavia en el “caso Kunarac”. Los delitos deben haberse cometido “en el curso de un ataque generalizado”, citó el Estatuto del Tribunal Penal para Ruanda, o “como parte” de ese ataque, según el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional.
La interpretación del tribunal santiagueño “lleva en última instancia a una reductio ad absurdum”, explica Hornos, ya que bastaría que un agente cuidadoso tomara el recaudo de someter a cada víctima a una vejación distinta para que el ataque no pueda considerarse “sistemático” y por ende los delitos no puedan calificarse como de lesa humanidad. Tras recordar los cargos que ocuparon los acusados, Hornos destacó que las disposiciones de la Convención sobre la Imprescriptibilidad de los Crímenes de Guerra y de los Crímenes de Lesa Humanidad se aplican no sólo a los autores directos de delitos de lesa humanidad sino “a los representantes de la autoridad del Estado que toleren su perpetración”. Destacó “similitudes ostensibles” entre el rol de los jueces en la dictadura argentina y “la judicatura de la Alemania nazi”, y apuntó “Caso de los Jueces” que fueron juzgados por crímenes de guerra y contra la humanidad como “parte integral de la política del Reich”.
A partir de los testimonios de la causa, el juez concluyó que “las denegaciones al acceso a la Justicia denunciadas fueron, justamente, piedra basal de la impunidad con la que se movieron los perpetradores de las violaciones a los derechos humanos”. La omisión de actuar de juez y fiscal “resulta paradigmático de lo que constituye aquiescencia de las autoridades en la comisión de crímenes contra la humanidad”, agregó, y destacó “el trato directo y sostenido que, en ejercicio de sus funciones, presuntamente mantenían Liendo Roca y Olmedo de Arzuaga con Musa Azar, Miguel Tomás Garbi y Ramiro del Valle López Veloso, condenados por sus crímenes dos años atrás.
Gemignani y Borinsky adhirieron al voto de Hornos. El primero resaltó que los ex magistrados “ostentaban importantísimos cargos dentro de la estructura judicial que sirvió de engranaje fundamental en la organización que llevó adelante el plan sistemático” de represión ilegal, y que “con sus omisiones permitieron la impunidad de los hechos que las víctimas denunciaban”. Los aportes de ambos fueron “condición indispensable para la perpetración” de secuestros y torturas, concluyó Gemignani.