Por Diego Martínez
Cuatro gendarmes de uniforme que se trasladaban en una camioneta
oficial secuestraron, golpearon, amenazaron de muerte y le robaron la cámara a
un fotógrafo que cubría un operativo cerca del shopping Alto Avellaneda. El
secuestro fue el lunes a la noche y terminó dos horas después con el reportero
Brian Palacio tirado en un zanjón de Wilde con la cabeza tapada, una goma de
camión encima y la advertencia que repetían los represores de la dictadura
cuando liberaban a sus víctimas: "Contá hasta mil antes de levantarte y
acordate que te vamos a vigilar". Hasta el momento ni Gendarmería ni el
Ministerio de Seguridad dieron ninguna información oficial. La causa por
privación ilegal de la libertad, apremios ilegales, robo calificado y amenazas
está a cargo de la fiscal Solange Cáceres, de Avellaneda.
Palacio, de 25 años, trabaja
como free lance. Aquella noche de apagones, calor y piquetes vio "un grupo
de personas que le quisieron pegar a un motoquero y le tiraron piedras a dos
gendarmes", recuerda. De pronto llegaron tres Amarok blancas de Gendarmería.
Bajaron diez hombres, calcula, y comenzaron las corridas y las detenciones.
Logró disparar dos veces y escuchó el grito: "no nos saques fotos".
Vio que lo encaraban, corrió, les sacó una cuadra y los vio volver a la
camioneta. "Por miedo a que me siguieran y empeoraran las cosas volví, les
dije que borraba las fotos, pero me retorcieron el brazo, me taparon la cabeza
y me arrastraron hasta la camioneta", relata.
Foto: Juano Tesone, Clarín. |
A ciegas, con la cabeza entre
las piernas, arrancó el paseo. “¿Para quién trabajás? ¿Por qué nos escrachás?
Te vamos a romper los dedos. Te vamos a tirar al Riachuelo”, lo amenazaron. En
un baldío “le hicieron desarmar el equipo, le rompieron la lectora de tarjeta,
le patearon la cabeza, el pecho, la nuca”, contó su mamá. “Pensé que me
mataban”, confiesa Brian. Un golpe lo volteó y sintió que se ahogaba. Cuando un
gendarme le tiró el inhalador que tenía en el bolso dedujo que viviría.
El paseó siguió hasta otro
baldío. Lo bajaron, apuntaron sus datos, lo hicieron caminar cien metros, le
ordenaron contar hasta mil y le advirtieron que lo matarían si los denunciaba.
“Conté hasta 200, en voz alta, con la cabeza tapada, contra el piso, hasta que
me empecé a asfixiar. Tenía algo sobre la espalda, pensé que me pisaban o que
era una piedra. Me saqué la remera y vi que era una cubierta. Todo era
silencio”, recuerda. Estaba al costado de un camino en Wilde, entre el acceso a
la autopista y el predio de Independiente.
Contactó a su padre, que lo
llevó a un sanatorio donde le dieron calmantes y dejaron constancia de los
golpes. El martes su madre denunció los hechos y horas después los llamó el
intendente de Avellaneda, Jorge Ferraresi. El jueves la Asociación de
Reporteros Gráficos (ARGRA) difundió el caso y el viernes Brian se animó a
declarar. “Pienso que son cuatro personas que se equivocaron, no creo que toda
la fuerza sea así”, reflexiona. “Que paguen lo que hicieron”, reclama. Hasta el
momento no habría declarado ningún testigo del secuestro.
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